Por la calle
Ella venía en
la calle opuesta, a las 6 de la mañana y yo en el otro lado. Era demasiado
temprano, pero quería fumar y se me había terminado mi cigarrillo. – ¡Buenos días! – le dije. – ¡Buenos días! – me contestó. Su sonrisa despertó en mí un
deseo desenfrenado. Su cuerpo aún traía las huellas de otros hombres y en su
piel todavía se escuchaba la melodía de
la salsa. Ella encendió en mi cuerpo la chispa del sexo y allí en la calle nos
tocamos, nos miramos y nos olimos uno al otro como perros encelo. La desnudé
como si fuera romper un lacre duro de botella de vino. La lamía como perro
salvaje que babeaba por el olor de su callejera perrita. Mis manos bailaban en
su cuerpo delgado: de su cuello pasaba a los hombros y en diseños digitales
bajaba por su cintura. Con las puntas sedientas de mis dedos le tocaba sus
pezones y mi lengua los lubricaba. Recorrí con mis labios su abdomen, ombligo y
en su sexo la sentía pulsar de placer. Como una hembra única, como hembra mía
la poseí. Penetré cada centímetro de su cuerpo como el agua del baño matinal.
Sentía la vibración de su cuerpo mientras mi miembrola
frotaba por sus piernas suaves y dulces. Ella me abrazaba y me pedía:
-
¡Mátame!
Sin titubear, la ahorqué con mis brazos que simulaban un abrazo por las
espaldas, mientras ella se venía con un orgasmo que lavaba mi placer fálico.
Denilson Lima Santos, 27/08/2012